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Haikus, poemas japoneses de Horacio Font

 

HORACIO FONT. HAYKUS


Horacio Font representa el orden armónico del universo. La limpia resolución de la esfera flota en un espacio sin sombra. En su interior diversas texturas comparten, ordenadas en orbitas, la transparente verdad de los arquetipos platónicos. Solamente algún reflejo en la dura superficie de cristal nos devuelve imágenes del mundo efímero de la vida humana.

El hayku con sus estrictas reglas métricas impone el reino de lo menos es más.

 

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PORVENIR ESFERICO

En el día del Juicio Final, las puertas del Cielo se abrirán a los bienaventurados. Estos penetrarán rodando, ya que habrán resucitado en la más perfecta de las formas: la esférica. Así lo ha revelado Orígenes.

 I. A. Ireland: Short Cuts to Mysticism (1904).


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TODO HA SIDO PREVISTO

Abu Musa relata: «El Apóstol ha dicho: "En verdad para cada musulmán hay un quiosco en el paraíso; está hecho de una sola perla, su interior está vacío, su ámbito es de sesenta kos, y en cada rincón estarán sus mujeres, y no se verán una a otra, y el musulmán las amará alternativamente», etcétera, etcétera».

Thomas Patrick Hughes, A Dictionary of Islam (1935).

 

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EL MUNDO DE LAS FORMAS

En este mundo inteligible, todo es transparente; en él, ninguna sombra limita la vista; allí todas las esencias se ven y se penetran unas a otras en la más íntima profundidad de la naturaleza. La luz encuentra luz por todas partes. Cada ser comprende en sí mismo el mundo inteligible en su integridad, y lo ve igualmente íntegro, total, en un ser cualquiera. Allí, todas las cosas están en todas partes; cada cosa, allí, es todo, y todo es cada cosa; allí refulge un esplendor infinito. Toda cosa es allí grande, pues hasta lo pequeño es grande allí.
Ese mundo tiene su sol y sus estrellas; cada estrella es el sol y todas las estrellas; cada una, al mismo tiempo que brilla con fulgor propio refleja la luz de las demás. Allí reina un movimiento puro: porque lo que produce el movimiento, como no es extraño a él, no lo turba. El reposo, allí, es perfecto, porque ningún principio de agitación se mezcla en él. Lo bello es completamente bello porque no reside en lo que no es bello -es decir, en la materia-; cada una de las cosas que son en el cielo, en lugar de reposar en una base ajena, tiene su asiento, su origen y su principio en su esencia misma y no difiere de la región que habita, porque tiene por sustancia a la Inteligencia y es, a su vez, inteligible.
Para concebir todo esto, imaginémonos que este cielo visible es una pura luz que engendra todos los astros.
Aquí abajo, una parte, sin duda, no podría nacer de otra; cada parte tiene su existencia individual. En el mundo inteligible, por el contrario, cada parte nace del todo, es a la vez cada parte y el todo: allí donde aparece la parte, el todo se revela. El Lynceo de la fábula, cuya mirada pasaba de claro las mismas entrañas de la tierra, no es sino símbolo de la vida celeste. Allí, el ojo contempla sin fatiga, y el deseo de contemplar es insaciable, porque no supone un vacío que haya que colmar, una necesidad cuya satisfacción lleve aparejado disgusto. En el mundo inteligible, los seres no difieren unos de otros de suerte que lo que pertenezca a uno no convenga a otro. Allí, por lo demás, todos son indestructibles. Si son insaciables en la contemplación, es en el sentido de que la saciedad no les mueve a desdeñar aquello que les ahita. Cuanto más ve cada uno de ellos, ve mejor. Al verse a sí mismo infinito, así como a los objetos que se ofrecen a sus miradas, cada cual sigue su naturaleza. Allá arriba, la vida, como pura que es, no es un trabajo. ¿Cómo puede ofrecer fatiga alguna la mejor vida? Esa vida es la sapiencia; sapiencia que, como quiera que es eterna no se adquiere por medio de razonamiento, y, como perfectamente completa, no exige ninguna busca. En la sapiencia primera, que de ninguna otra se deriva, que es esencia, que no es una cualidad adventicia de la inteligencia: así, no hay ninguna que le sea superior. En el mundo inteligible, la Ciencia absoluta acompaña a la Inteligencia, porque aparece con ella, del mismo modo que la Justicia se nos muestra entronizada a la par de Júpiter. Todas las esencias son en el mundo inteligible como otras tantas estatuas visibles por sí mismas y cuyo espectáculo depara a los espectadores una felicidad inefable.

Plotino, Enéadas, V, 4 (siglo III).

 

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